La proskýnēsis, del griego προσκύνησις, se forma etimológicamente a partir de las palabras griegas πρός, pros («hacia») y κυνέω, kyneo («beso»), literalmente significa «besando hacia». Es el nombre griego del acto ritual de saludo y respeto a una divinidad o a una persona de rango superior. De hecho, era un gesto tradicional en la antigua cultura persa, consistente en enviar un beso, inclinarse o postrarse ante una persona de rango superior. En concreto, la proskýnēsis era el nombre griego del acto ritual con el que se saludaba al soberano persa. Según el historiador griego Heródoto, si dos persas del mismo rango se encontraban al pasar, se besaban en los labios a modo de saludo; si uno de los dos era de rango ligeramente inferior, besaba al otro en la mejilla; y si uno de los dos era de un rango muy inferior, se postraba frente al otro. Después de proclamarse sucesor de los reyes persas, Alejandro Magno intentó introducir la proskýnēsis en su propia corte (Año 327 a. C.). Esto trajo malestar entre sus súbditos griegos, quienes solo se postraban ante sus dioses. Los vasallos griegos consideraban absurdo y bárbaro el acto de la proskýnēsis. Desde un punto de vista de la historia de la Iglesia, ya en el ceremonial bizantino, la prokýnēsis era un gesto común de súplica o reverencia. El acto físico variaba desde la postración total, prosternación, genuflexión, reverencia o un simple saludo, y concretizaba las posiciones relativas de los ejecutantes ante la persona de rango determinado, dentro de un orden jerárquico. En la Iglesia Ortodoxa, la proskýnsēis es utilizada en teología para indicar la veneración a los iconos y las reliquias, para distinguirse de la latría, que es la adoración debida a Dios mismo y a nadie más. Por tanto, la proskýnēsis es usada para indicar el respeto sumiso hacia Dios; es, pues, sinónimo de postración, encomendación, investidura, humillación o arrodillamiento. La proskýnēsis está íntimamente unida con el misterio de la Epifanía. Con el término Epifanía (επιφάνεια que significa «manifestación») nos referimos a la representación de los tres Reyes Magos en el momento de adorar al Niño en Belén y ofrecerle sus presentes. La Epifanía es la primera Teofanía, esto es, la primera manifestación del Hijo de Dios eligiendo a unos gentiles para indicar la universalidad de su mensaje salvífico. Lo que nos dice el evangelio de Mateo es que, tras el nacimiento de Cristo, unos magos venidos de Oriente (Estos magos, serían unos sabios astrólogos procedentes de Persia que fueron siguiendo la estela de una estrella) acuden a visitar a Herodes y le preguntan por el lugar en que se encuentra el Mesías, ya que tienen intención de adorarlo. Herodes les indica que se halla en Belén y les pide que después de adorarle vuelvan para darle más detalles. Los magos parten hacia Belén siguiendo la estrella que les venía guiando desde Oriente. El astro se detiene sobre el Niño. Inmediatamente ven al Niño con su Madre y lo adoran ofreciéndole oro, incienso y mirra. En sueños se les advierte de las malas intenciones de Herodes, de modo que no regresan a darle más información. Poco después Herodes ordenará la matanza de los inocentes, casi como consecuencia directa de este episodio. Si bien esta fuente canónica no precisa el número de estos magos, al decir que ofrecen al Niño oro, incienso y mirra, podría deducirse que eran tres ―número que más tarde se generalizaría en las primeras representaciones artísticas―. Tampoco mencionan los primeros textos sus nombres, aunque en el Evangelio Armenio de la Infancia (siglo VI) se los nombra ya como Melchor, Gaspar y Baltasar. En la obra Excerptiones patrum, collectanea et flores, atribuida falsamente a Beda el Venerable (C. 672-735), se los describe identificándolos con su nombre, los dones ofrendados por cada uno y su significado, además se alude por primera vez al color oscuro de la piel de Baltasar: «El primero de los magos fue Melchor, un anciano de largos cabellos y cumplidas barbas…quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven imberbe de piel encendida, honró a Jesús presentándole el incienso, ofrenda que manifestaba su divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de piel oscura (fuscus) y con toda su barba, testimonió con la ofrenda de la mirra, que el hijo del hombre tenía que morir». Estos nombres se popularizan en la Edad Media a partir de su inclusión en el Liber Pontificalis del siglo IX (L. Réau. Iconografía del Arte Cristiano. Iconografía de la Biblia. Nuevo Testamento. Ediciones del Serbal, 1996). Los presentes que ofrecen los Reyes al Niño son, como se narra en el Evangelio Armenio de la Infancia y se recoge en la cita del Pseudo-Beda transcrita más arriba, oro, por su condición de rey; incienso, por su condición divina, y mirra, por su condición humana. En el arte occidental la genuflexión con una rodilla apoyada en tierra caracterizará el acto de adoración al Niño siguiendo la ceremonia feudal del homenaje del vasallo a su señor, mientras en el arte oriental la adoración se realiza mediante la proskýnēsis o prostatio (Cfr. La Epifanía. Laura Rodríguez Peinado. Universidad Complutense de Madrid. Dpto. de Historia del Arte I Medieval). Así pues, los magos-sabios realizan ante el niño-rey la proskýnēsis, o sea, se postran ante Él. En efecto, como hemos visto es el homenaje que se rinde a un rey dios. De aquí se deducen los obsequios que los sabios ofrecen. No son regalos útiles como podrían ser de esperar para ese momento tan concreto de la Sagrada Familia. Estos dones van en consonancia con lo que es la proskýnēsis: reconocen la dignidad real de aquel a quien se ofrecen. Oro e incienso se citan también en Is 60,6 como regalos que las naciones ofrecerán en honor del Dios de Israel: «La tradición cristiana ha visto representados en los tres regalos, con diferentes variantes, tres aspectos del misterio de Cristo: el oro remite a la realeza de Jesús, el incienso, a su condición de Hijo de Dios, y la mirra, al misterio de su pasión» (Joseph Ratzinger. Bendicto XVI. Jesús de Nazaret. Ediciones Encuentro. Madrid, 2018. p. 114). Profundicemos, pues, en esta fiesta de la Epifanía, una de las fiestas más antiguas de la Iglesia. Entremos en este inconmensurable misterio de la manifestación del niño Jesús al mundo. Hagamos nosotros también como los magos proskýnēsis: postrémonos ante Él, reconozcámoslo como nuestro Dios, adoremos al Señor de los señores y ofrezcámosle nuestras vidas. En Jesús, Dios revela su amor incondicional a todos los hombres. Jesús viene a nosotros para ofrecernos la salvación a todos, sin acepción. Él es la luz que amanece sobre nosotros, para transformarnos, para iluminarnos, para inundarnos de su alegría, de su paz, de su amor y de su felicidad.
José Luis Solano Gutiérrez